La cuarentena implementada para afrontar la pandemia fue emocionalmente difícil de manejar, a causa del temor a contraer COVID y lo que pudiese suceder si este se combinase con una condición médica preexistente; decidí vivir bajo un aislamiento total. Durante casi cinco meses no puse un pie en la calle, el máximo contacto con el exterior fue un balcón, vivía con mi familia pero puesto que ellos hacían uso de las excepciones para poder salir, por seguridad me mantenía lejos de ellos, tal era mi aislamiento que en un punto en casa todos se contagiaron menos yo.
Durante el aislamiento, forzosamente lejos de ese exterior que me abrumaba, en lugar de encontrar paz, encontré un espacio muy dinámico, tome tantos cursos virtuales como me fue posible, hacia ejercicio todos los días desde las 5 de la mañana, empecé a leer a diario, aprendí a meditar y empecé a escuchar a las angustias, a los miedos y a esas sombras que todos tenemos y a las cuales nunca les había sacado un espacio para atender. Empecé a replantearme muchas cosas, entre ellas mi identidad como individuo, que empezaba a ser mucho más amplia y compleja que la de ser ‘el arquitecto’.
En esos meses, esas montañas de mi infancia dejaban de ser un recuerdo, un lugar esporádico para convertirse en una necesidad, las montañas toda la vida me habían llamado y yo empezaba a escuchar.
Entré los cursos que tomé estaban los de emprendimiento, empecé a imaginar proyectos, todos desde el dinero, desde lo grande, de nuevo desde la concepción tóxica de lo que asumía como éxito; lo más, lo grande, lo sorprendente y lo pesado.
Una parte de mi empezaba a escuchar la sencillez de la vida y otra seguía y quizás aún hoy sigue anclada con arcaicas ideas preconcebidas del tener. Las ideas de emprendimiento se sucedieron una detrás de otra, curso tras curso, hasta que en el marco de un programa gubernamental que financia emprendimientos, me presenté con un proyecto; una empresa constructora que se dedicaría a construir glampings.
Para mi hacía sentido, un punto en común entre ser arquitecto y buscar las montañas. Pero llegó el punto de elegir, de seguir con aquel proyecto hubiese encontrado financiación para una parte y otra la debía de asumir yo a punta de deuda. Ese fue un gran momento de honestidad, porque realmente no me veía haciendo aquel proyecto, no me veía siendo un constructor que perseguía el dinero, me entusiasmaba mucho más la idea de crear y curar la experiencia, no de construir para otros, sino de ser el glamping.